Narra
Harry
La veo bajar corriendo las escaleras.
Lleva un jersey fino de color azul, unos vaqueros cortos con mallas
negras por debajo y unos botines del mismo color. Se sujeta una boina
gris con las manos.
-¡Harry!-una sonrisa le ilumina la
cara. Le sonrío de vuelta.
-¿A qué viene la carrera?-pregunto,
mientras la acercó a mí para abrazarla-. Se te ha descolocado la
boina por completo.
Ríe, y yo le quito el gorro, para
peinar su pelo con los dedos. Se queda callada. Sacudo la boina para
que recupere su forma y se la coloco en la cabeza.
-Gracias, Harold.
Levanta una mano, con la mirada fija
en el hoyuelo que marca mi mejilla. Luego vacila, bajando la mano.
Pero se la detengo, subiéndola, presionando mi hoyuelo con su dedo
índice.
El rubor le tiñe las mejillas, y baja
la mirada. Suspiro; a veces olvido que, hace tan sólo unas semanas,
era una más de mis fans. Tendré que tener cuidado, para no
confundir sus emociones.
-Bueno, ¿adónde vamos?-inquiere.
-Te iba a llevar al Starbucks y
luego a dar una vuelta por algún parque. Para pasar la tarde, nada
más. ¿Te parece bien?
Enarca una ceja, y temo haber hecho
algo tonto. Pero dice, sonriente:
-Cualquier cosa que tu decidas me
parecerá genial.
-Vamos entonces.
Me veo obligado a colocarme otra vez
un el gorro y las gafas de sol, para ocultar mi cara y que no e
reconozcan. Llevo una camiseta negra de manga larga; si me ven los
tatuajes, sabrán que soy yo.
Entramos por la puerta del Starbucks
más cercano y nos ponemos en la cola. Veo que Clara saca su
monedero. Sonrío.
El camarero es un hombre de unos
treinta años, con barba y pelo oscuro, y unas gruesas gafas sobre la
nariz. Clara tira de mi hombro, para susurrarme:
-Eh, parece un topo- señala al
camarero. Pongo una mueca.
-Eres mala. Bruja- contesto, en el
mismo tono, y reímos. Entonces es nuestro turno.
-Un Frapuccino de chocolate
blanco- pide mi amiga, mirando con ojos pícaros al hombre “topo”-.
Y tú, ¿Ha... Hamlet?- carraspea, para ocultar su vacilación.
¿Hamlet? Vaya nombre.
-Un café helado- digo, cambiando
ligeramente la voz.
Tres minutos más tarde nos entregan
los pedidos; miro con expresión crítica el nombre escrito en mi
vaso: Hamlet.
Cuando nos hemos alejado un poco del
local, pego un codazo a Clara. Ella tiene una expresión enfurruñada
en el rostro; no le he dejado pagar.
-Señorita, ¿sabes lo ridículo que
suena el nombre que me ha dado usted? ¿Hamlet? ¡Puaj!
Estalla en carcajadas.
-No, en serio. ¿No se te podía
ocurrir otro?- insisto, intentando parecer ofendido. Clara arquea una
ceja.
-Haroldo. Podría haberte llamado a la
española, ¿lo prefieres?
-¿Haroldo?- repito-. No puedo creer
que mi nombre sea así en español. Suena...
-¿Amorfo? Pero si sólo tiene una
letra más que “Harold”- replica.
-Bueno, pero suena amorfo.
Me meto la pajita del café en la boca
y tomo un sorbo
Los árboles susurran con el viento
que se ha levantado. Las hojas caen sobre nosotros, y una da en la
cara de Clara. Se la aparto; la hoja es roja, y ahora lo es también
la cara de ella.
-Oh, las hojas se destiñen- bromeo.
-¿Estás borracho?
-Nunca.
-Ya, ya. Siempre.
Cruzo los brazos sobre el pecho,
aparentemente indignado. Voy a bromear, pero el sonido de mi móvil
me lo impide. Lo cojo. Es Liam. Descuelgo y me lo llevo a la oreja.
-¡Harry!- suena alarmado; ¿qué
pasa?-. ¿Dónde estás?
-Con Clara en...
-¿Clara?- repite, entre aliviado y
triste-. Pues dile...
-Liam, algo va mal, ¿verdad?
-Sí- contesta, tras una pausa. Miro a
Clara, preocupado. Ella se endereza, tensa-. Es María... ella...
-¿María? Liam, habla.
-Llamó Noe- se le rope la voz-. Ha
tenido un accidente.
-¿Qué?- casi grito. Me levanto a
toda prisa; lo que quedaba de café cae al suelo, pero da igual.
Agarro a Clara del brazo y la levanto, con urgencia. Liam ha colgado
ya.
-¿Qué ocurre?- pregunta ella.
Trago saliva, tratando de aliviar mi
repentinamente seca garganta.
-María. Le ha pasado algo.
Clara se para en seco, dándome un
tirón el el brazo que casi me lo descoloca; reprimo un gemido de
protesta.
-¿Qué dices? ¿Algo muy malo?
-Bueno, ha dicho Liam que un
accidente...
-¿De qué tipo? ¡Harry!, es una de
mis mejores amigas, y si...- se le quiebra la voz, y los ojos se le
humedecen. Me muerdo la lengua.
-No lo sé.
-¿Dónde está? ¡Oh...!- saca el
móvil del bolsillo y marca un número, con los dedos moviéndose a
toda prisa por la pantalla táctil.
-¡Noe! Noe, ¿dónde está?
Noelia responde algo que no oigo, y
Clara dice:
-Ay, Dios, vamos en seguida.
Guarda el aparato y tira de mí, para
hacerme correr.
-Vamos al hospital que hay al lado de
la universidad.
Pronto estamos ante el hospital. Es un
edificio de tamaño mediano, de paredes blancas como la nieve,
perturbadas por una cantidad notable de ventanas; la mayoría,
tapadas por lívidas cortinas.
Ante la puerta hay una figura. Cuando
nos acercamos, cobra el aspecto de Louis. Levanta la mano a modo de
saludo.
-Louis- jadea Clara, a la vez que se
lleva una mano al pecho; no sé bien si por la preocupación, la
carrera o por ambas razones. Se limpia las manos sudorosas en los
vaqueros-. ¿Está muy mal?
Él nos mira, y su semblante
habitualmente sonriente está ahora sombrío. Hace un gesto hacia las
puertas, que se abren. El ambiente turbio del hospital me golpea.
Arrugo la nariz; no me gustan los hospitales, es como si todas las
enfermedades que hay ahí dentro penetraran en tu ser.
-Vamos- dice Louis, con voz queda.
Entra, y Clara y yo tras vamos él.
Narra
Zayn
Estoy con Perrie en una plaza en el
momento en el que Liam me llama.
Me disculpo con un gesto, me alejo un
poco y lo cojo.
-Dime Liam.
Sus respiraciones son cortas y
angustiadas. Algo va mal, seguro.
-Zayn...- se le quiebra la voz un
poco, carraspea y se esfuerza por seguir hablando-. María... ella ha
sufrido un accidente- respira hondo, tratando de calmarse, y añade-:
Está ingresada en el hospital junto a la universidad en la que
estudia.
-No hablas en serio- murmuro.
-Zayn... ojalá no fuese en serio.
Pero hablo muy en serio. Si puedes venir...
-¿Si puedo venir? No me lo pidas, voy
ahora mismo. Estarán mal las chicas. Y tú...
-Por favor, date prisa- interrumpe.
Asiento.
-Bien, voy para allá.
Un silencio incómodo; ninguno de los
dos cuelga, por lo que añado:
-Liam, tranquilo. Seguro que no es
nada tan grave. Estará bien.
-La verdad es que no sé que ha pasado
exactamente. Noe ha empezado a contar cosas que parecían no tener
sentido...
-Está bien. En seguida llego.
Le doy al botón rojo, el del teléfono
con un círculo surcado por una línea debajo, y me vuelvo hacia
Perrie.
-Tenemos un problema- digo. Ella
arquea las cejas.
-¿De qué tipo?
-Un accidente. Tengo que irme. Ve a
casa y no te preocupes; esto es cosa mía y de mis amigos.
-Tus amigos- repite, entrecerrando los
ojos-. Ya veo.
Se de media vuelta. Creo que la he
ofendido, por lo que le cojo por el hombro, obligando a sus ojos a
mirarme.
-No pienses que estás fuera de mi
círculo de amigos. Pero esto es algo más...
-Tranquilo, ya lo entiendo. No pasa
nada. Vete ya; te necesitarán- repone, y se zafa de mi agarre.
La veo marcharse. Mentalizo el lugar
en el que se sitúa la universidad, y el hospital que hay al lado de
ella. Cuando tengo el camino claro, me pongo en marcha.
Mis pasos resultan pesados sobre la
acerca, y siento los latidos del corazón en todas partes; la sangre
me zumba en los oídos. Blanca se llevará una desagradable sorpresa
de bienvenida. A pesar de todo, ese estúpido pensamiento me
martillea en la cabeza. No sé si iré a recibirla, o seguiremos
peleándonos. No lo sé, pero la idea de tener que estar en su
presencia sin llevarnos bien me horroriza; no puedo seguir con esta
guerra fría entre nosotros. Necesito su confianza. Necesito su
amistad.
Su cariño.
Aunque Perrie no lo ve bien. Desde que
la conocí, sentí que quería acercarme a ella. Hay algo en esa
chica que me atrae... pero también hay una chispa que enciende mi
parte rebelde, que me lleva a atacarla una y otra vez, contra mi
voluntad. Y sé que le duele, que yo fui su ídolo una vez, y que soy
estúpido. Estúpido por romper sus sueños de confiar en sus ídolos.
Estúpido por no darle mi parte buena. Estúpido por no ser capaz de
curar la herida que ya le he causado.
Completamente estúpido.
Y, sin embargo, cuando los
remordimientos me llevan a intentar hacer que sane... vuelvo a lanzar
una estocada.
Noto un nudo en la garganta y aprieto
los dientes y el paso, tratando de concentrarme en el presente y no
en mis líos sentimentales y mentales.
Acabo corriendo por las calles,
haciendo que el sudor florezca sobre mi piel, gastando mi aliento,
por no respirar debidamente.
Cuando llego al patio del hospital, no
me queda casi aire. Me paro un segundo, respiro hondo y franqueo las
puertas de entrada, que se cierran a mis espaldas, atrapándome en
esta cárcel depresiva y opresiva.
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