Living The Dream

jueves, 14 de noviembre de 2013

Capítulo 23

Narra Harry
La veo bajar corriendo las escaleras. Lleva un jersey fino de color azul, unos vaqueros cortos con mallas negras por debajo y unos botines del mismo color. Se sujeta una boina gris con las manos.
-¡Harry!-una sonrisa le ilumina la cara. Le sonrío de vuelta.
-¿A qué viene la carrera?-pregunto, mientras la acercó a mí para abrazarla-. Se te ha descolocado la boina por completo.
Ríe, y yo le quito el gorro, para peinar su pelo con los dedos. Se queda callada. Sacudo la boina para que recupere su forma y se la coloco en la cabeza.
-Gracias, Harold.
Levanta una mano, con la mirada fija en el hoyuelo que marca mi mejilla. Luego vacila, bajando la mano. Pero se la detengo, subiéndola, presionando mi hoyuelo con su dedo índice.
El rubor le tiñe las mejillas, y baja la mirada. Suspiro; a veces olvido que, hace tan sólo unas semanas, era una más de mis fans. Tendré que tener cuidado, para no confundir sus emociones.
-Bueno, ¿adónde vamos?-inquiere.
-Te iba a llevar al Starbucks y luego a dar una vuelta por algún parque. Para pasar la tarde, nada más. ¿Te parece bien?
Enarca una ceja, y temo haber hecho algo tonto. Pero dice, sonriente:
-Cualquier cosa que tu decidas me parecerá genial.
-Vamos entonces.
Me veo obligado a colocarme otra vez un el gorro y las gafas de sol, para ocultar mi cara y que no e reconozcan. Llevo una camiseta negra de manga larga; si me ven los tatuajes, sabrán que soy yo.
Entramos por la puerta del Starbucks más cercano y nos ponemos en la cola. Veo que Clara saca su monedero. Sonrío.
El camarero es un hombre de unos treinta años, con barba y pelo oscuro, y unas gruesas gafas sobre la nariz. Clara tira de mi hombro, para susurrarme:
-Eh, parece un topo- señala al camarero. Pongo una mueca.
-Eres mala. Bruja- contesto, en el mismo tono, y reímos. Entonces es nuestro turno.
-Un Frapuccino de chocolate blanco- pide mi amiga, mirando con ojos pícaros al hombre “topo”-. Y tú, ¿Ha... Hamlet?- carraspea, para ocultar su vacilación.
¿Hamlet? Vaya nombre.
-Un café helado- digo, cambiando ligeramente la voz.
Tres minutos más tarde nos entregan los pedidos; miro con expresión crítica el nombre escrito en mi vaso: Hamlet.
Cuando nos hemos alejado un poco del local, pego un codazo a Clara. Ella tiene una expresión enfurruñada en el rostro; no le he dejado pagar.
-Señorita, ¿sabes lo ridículo que suena el nombre que me ha dado usted? ¿Hamlet? ¡Puaj!
Estalla en carcajadas.
-No, en serio. ¿No se te podía ocurrir otro?- insisto, intentando parecer ofendido. Clara arquea una ceja.
-Haroldo. Podría haberte llamado a la española, ¿lo prefieres?
-¿Haroldo?- repito-. No puedo creer que mi nombre sea así en español. Suena...
-¿Amorfo? Pero si sólo tiene una letra más que “Harold”- replica.
-Bueno, pero suena amorfo.
Me meto la pajita del café en la boca y tomo un sorbo

Los árboles susurran con el viento que se ha levantado. Las hojas caen sobre nosotros, y una da en la cara de Clara. Se la aparto; la hoja es roja, y ahora lo es también la cara de ella.
-Oh, las hojas se destiñen- bromeo.
-¿Estás borracho?
-Nunca.
-Ya, ya. Siempre.
Cruzo los brazos sobre el pecho, aparentemente indignado. Voy a bromear, pero el sonido de mi móvil me lo impide. Lo cojo. Es Liam. Descuelgo y me lo llevo a la oreja.
-¡Harry!- suena alarmado; ¿qué pasa?-. ¿Dónde estás?
-Con Clara en...
-¿Clara?- repite, entre aliviado y triste-. Pues dile...
-Liam, algo va mal, ¿verdad?
-Sí- contesta, tras una pausa. Miro a Clara, preocupado. Ella se endereza, tensa-. Es María... ella...
-¿María? Liam, habla.
-Llamó Noe- se le rope la voz-. Ha tenido un accidente.
-¿Qué?- casi grito. Me levanto a toda prisa; lo que quedaba de café cae al suelo, pero da igual. Agarro a Clara del brazo y la levanto, con urgencia. Liam ha colgado ya.
-¿Qué ocurre?- pregunta ella.
Trago saliva, tratando de aliviar mi repentinamente seca garganta.
-María. Le ha pasado algo.
Clara se para en seco, dándome un tirón el el brazo que casi me lo descoloca; reprimo un gemido de protesta.
-¿Qué dices? ¿Algo muy malo?
-Bueno, ha dicho Liam que un accidente...
-¿De qué tipo? ¡Harry!, es una de mis mejores amigas, y si...- se le quiebra la voz, y los ojos se le humedecen. Me muerdo la lengua.
-No lo sé.
-¿Dónde está? ¡Oh...!- saca el móvil del bolsillo y marca un número, con los dedos moviéndose a toda prisa por la pantalla táctil.
-¡Noe! Noe, ¿dónde está?
Noelia responde algo que no oigo, y Clara dice:
-Ay, Dios, vamos en seguida.
Guarda el aparato y tira de mí, para hacerme correr.
-Vamos al hospital que hay al lado de la universidad.
Pronto estamos ante el hospital. Es un edificio de tamaño mediano, de paredes blancas como la nieve, perturbadas por una cantidad notable de ventanas; la mayoría, tapadas por lívidas cortinas.
Ante la puerta hay una figura. Cuando nos acercamos, cobra el aspecto de Louis. Levanta la mano a modo de saludo.
-Louis- jadea Clara, a la vez que se lleva una mano al pecho; no sé bien si por la preocupación, la carrera o por ambas razones. Se limpia las manos sudorosas en los vaqueros-. ¿Está muy mal?
Él nos mira, y su semblante habitualmente sonriente está ahora sombrío. Hace un gesto hacia las puertas, que se abren. El ambiente turbio del hospital me golpea. Arrugo la nariz; no me gustan los hospitales, es como si todas las enfermedades que hay ahí dentro penetraran en tu ser.
-Vamos- dice Louis, con voz queda.
Entra, y Clara y yo tras vamos él.

Narra Zayn

Estoy con Perrie en una plaza en el momento en el que Liam me llama.
Me disculpo con un gesto, me alejo un poco y lo cojo.
-Dime Liam.
Sus respiraciones son cortas y angustiadas. Algo va mal, seguro.
-Zayn...- se le quiebra la voz un poco, carraspea y se esfuerza por seguir hablando-. María... ella ha sufrido un accidente- respira hondo, tratando de calmarse, y añade-: Está ingresada en el hospital junto a la universidad en la que estudia.
-No hablas en serio- murmuro.
-Zayn... ojalá no fuese en serio. Pero hablo muy en serio. Si puedes venir...
-¿Si puedo venir? No me lo pidas, voy ahora mismo. Estarán mal las chicas. Y tú...
-Por favor, date prisa- interrumpe. Asiento.
-Bien, voy para allá.
Un silencio incómodo; ninguno de los dos cuelga, por lo que añado:
-Liam, tranquilo. Seguro que no es nada tan grave. Estará bien.
-La verdad es que no sé que ha pasado exactamente. Noe ha empezado a contar cosas que parecían no tener sentido...
-Está bien. En seguida llego.
Le doy al botón rojo, el del teléfono con un círculo surcado por una línea debajo, y me vuelvo hacia Perrie.
-Tenemos un problema- digo. Ella arquea las cejas.
-¿De qué tipo?
-Un accidente. Tengo que irme. Ve a casa y no te preocupes; esto es cosa mía y de mis amigos.
-Tus amigos- repite, entrecerrando los ojos-. Ya veo.
Se de media vuelta. Creo que la he ofendido, por lo que le cojo por el hombro, obligando a sus ojos a mirarme.
-No pienses que estás fuera de mi círculo de amigos. Pero esto es algo más...
-Tranquilo, ya lo entiendo. No pasa nada. Vete ya; te necesitarán- repone, y se zafa de mi agarre.
La veo marcharse. Mentalizo el lugar en el que se sitúa la universidad, y el hospital que hay al lado de ella. Cuando tengo el camino claro, me pongo en marcha.
Mis pasos resultan pesados sobre la acerca, y siento los latidos del corazón en todas partes; la sangre me zumba en los oídos. Blanca se llevará una desagradable sorpresa de bienvenida. A pesar de todo, ese estúpido pensamiento me martillea en la cabeza. No sé si iré a recibirla, o seguiremos peleándonos. No lo sé, pero la idea de tener que estar en su presencia sin llevarnos bien me horroriza; no puedo seguir con esta guerra fría entre nosotros. Necesito su confianza. Necesito su amistad.
Su cariño.
Aunque Perrie no lo ve bien. Desde que la conocí, sentí que quería acercarme a ella. Hay algo en esa chica que me atrae... pero también hay una chispa que enciende mi parte rebelde, que me lleva a atacarla una y otra vez, contra mi voluntad. Y sé que le duele, que yo fui su ídolo una vez, y que soy estúpido. Estúpido por romper sus sueños de confiar en sus ídolos. Estúpido por no darle mi parte buena. Estúpido por no ser capaz de curar la herida que ya le he causado.
Completamente estúpido.
Y, sin embargo, cuando los remordimientos me llevan a intentar hacer que sane... vuelvo a lanzar una estocada.
Noto un nudo en la garganta y aprieto los dientes y el paso, tratando de concentrarme en el presente y no en mis líos sentimentales y mentales.
Acabo corriendo por las calles, haciendo que el sudor florezca sobre mi piel, gastando mi aliento, por no respirar debidamente.

Cuando llego al patio del hospital, no me queda casi aire. Me paro un segundo, respiro hondo y franqueo las puertas de entrada, que se cierran a mis espaldas, atrapándome en esta cárcel depresiva y opresiva.

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