Narra
Noelia
El choque ha dejado a Blanca y a Melissa inconscientes. La gente se congrega alrededor del coche, y una mujer llama a la ambulancia, que no tarda en llegar.
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El choque ha dejado a Blanca y a Melissa inconscientes. La gente se congrega alrededor del coche, y una mujer llama a la ambulancia, que no tarda en llegar.
A
mí me duelen las piernas, que se han chocado con el asiento
delantero. Lucía y Clara sólo tiemblan un poco todavía, por los
nervios y el miedo, supongo.
La
ambulancia llega y nos lleva a todas al hospital más cercano; nos
quieren revisar a todas, por seguridad.
Odio
los hospitales. Me ponen nerviosa. Todo es tan serio y silencioso que
me saca de quicio.
Lucía
no tiene nada, y Clara tampoco. El doctor sale por la puerta, y me
manda entrar en la sala. Lo hago, refunfuñando. Estoy bien, lo noto.
Genial,
esta sala parece el laboratorio del doctor Frankenstein; hay
una mesa acolchada sobre la que cuelgan diferentes aparatos de pinta
robótica: un brazo mecánico con todo tipo de pinzas y cuchillas,
otro brazo con una extraña placa de tono azulado, una con un foco, y
a parte de muchas más, una que me da especialmente mala espina; en
un brazo que sostiene algo que parece un robot: en la parte de arriba
hay dos bolas con luces rojas, y pienso que debe ser algún tipo de
lector láser o algo así. Del brazo grande salen ocho más pequeños,
provistos de cuchillas de todos los tamaños inimaginables, un pico
que parece un taladro en miniatura, y dos cosas que parecen unas
manos...
Me
dan ganas de salir de allí corriendo. Puede que este doctor sea en
realidad un científico loco...
<<Vale,
vale, Noe, para el carro, eres una paranoica. Esto debe ser una sala
de operaciones, nada más. A lo mejor te has imaginado los aparatos
extraños estos...>> me digo a mí misma. Qué infantil soy...
El
hombre me mira, y temo que haya averiguado lo que pienso por mi
expresión y que piense que de verdad tengo algún problema. El hecho
de que pueda ser el choque el que me cause estos pensamientos me
asusta un poco, y de repente no me parece tan mala idea que me
revisen. Sólo por si acaso...
Por
ello, cuando el doctor o lo que sea me indica que me tumbe, lo hago
sin refunfuñar. También dejo que me examine con sus extraños
aparatos, aunque, eso sí, sin dejar de mirarlo de reojo. No me fío
de los médicos, lo siento.
-Bien,
Noelia. Me alegra comunicarte que no tienes ningún problema en
absoluto. Todo está bien. Lo único que tienes que tener en cuenta
es que en una semana no debes forzarte ni hacer nada que requiera
esfuerzo.
<<No
podré usar el monopatín>> pienso, abatida.
Salgo
de la sala, y allí hay otro médico, que espera a que me siente para
empezar a hablar.
-Bien,
vuestros diagnósticos están perfectos. Y en cuanto a vuestras
amigas...
Siento
que la sangre se me congela en las venas un segundo. Oigo los latidos
del corazón y el zumbido de mi sangre en los oídos.
-Melissa
no tiene ningún problema, y ya está en pie. Aunque deberá reposar
por lo menos un día, por seguridad.
-¿Y
Blanca?-pregunta Clara, con voz temblorosa.
-Sigue
inconsciente-responde el médico-. Pero se recuperará; estará
ingresada unos días. Ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza, y hay
que vigilar su estado atentamente.
Suspiro.
Por lo menos no es peligroso. Por un momento había temido que
tendría que asumir que a mi amiga le hubiera pasado algo grave de
verdad. La sangre vuelve a circular con normalidad por mis venas.
Pedimos
permiso para ir a ver a Melissa, y nos indican el número de su
cuarto.
Entramos,
y se le ilumina la cara con una sonrisa. No podemos resistirnos;
corremos a abrazarla.
Le
contamos los buenos resultados de nuestros diagnósticos y el estado
de Blanca. Luego contamos un par de chistes y hablamos sobre diversos
asuntos. Hasta que entra una enfermera, diciendo que tenemos que
dejar a Meli descansar.
Pasamos
esa noche en el hospital. Como somos jóvenes y escandalosas, no nos
dejan dormir en el cuarto de Meli la primera noche, y menos en el de
Blanca. Pasan cuatro días y Blanca no despierta... La verdad es que
no puedo evitar preocuparme.
Narra
Blanca
Me
despierto con un terrible dolor de cabeza. Me pesa y no recuerdo nada
de lo que ha pasado.
Miro
a mi alrededor y me encuentro con que estoy en una cama de sábanas
blancas. A mi derecha hay unos botes pegados a la pared, de los que
salen tubos que llevan algún líquido. A mi izquierda hay una
mesita, sobre la que veo una bandeja con comida: un plato de arroz
blanco, un panecillo y fruta; además de agua y zumo de uva. Me doy
cuenta ahora del hambre que tengo, y casi devoro la comida. En
seguida me siento mucho mejor y observo el cuarto con más atención.
Estoy en un hospital, pero mi sala está vacía. La cama que hay en
la esquina de la derecha está vacía, y bien hecha. Me incorporo y
siento un dolor punzante en la cadera. Además, tengo las piernas
entumecidas y no las puedo mover con facilidad.
<<
¿Cuánto tiempo llevaré inconsciente?>> me pregunto, de
pronto asustada.
En
ese momento la puerta se abre y entra un hombre de mediana edad, con
gafas y bata blanca, que debe ser el doctor o algo por el estilo,
seguido de mis amigas. Antes de que nadie pueda decir nada, Clara se
ha lanzado hacia mí y me abraza. Yo le devuelvo el abrazo, contenta.
El
doctor carraspea, y Clara se separa de mí, un poco avergonzada.
-Me
alegro de que hayas despertado-me dice, y se vuelve hacia el resto-.
Os dejo, pero tened cuidado, y no os precipitéis.
Cierra
la puerta y se va. Entonces Melissa, Noelia y María se lanzan hacia
mí, perfectamente sincronizadas. Bum.
Hablan
atropelladamente, y no me entero de nada. Clara se ríe, divertida.
De
pronto noto la presencia de alguien en la sala, y Clara deja de
reírse. María y las demás también parecen percatarse, porque se
separan de mí. Sin embargo, Meli no me suelta la mano.
El
visitante es George, mi manager, un hombre musculoso y no muy alto,
de unos treinta y cinco años. Es rubio, de ojos marrones, de madre
española y padre inglés. Es majo, salvo cuando se enfada, o cuando
la gente bromea con cosas serias. Le gusta la gente con
determinación. Por eso se fijó en mí.
Yo
tenía trece años cuando decidí que quería ser cantante de mayor.
Pero como mis padres no me tomaban en serio y cantaba con mucho aire,
me daban bajones casi todo el tiempo. Finalmente, conseguí que me
buscaran un profesor de canto y guitarra.
Solía
cambiar las letras de las canciones, que era más fácil que componer
desde cero, y las tocaba con la guitarra. Cada día que pasaba, mis
ganas de ser cantante aumentaban, y a los catorce años dejé las
clases de canto, ya inútiles.
Cuando
rozaba los quince, me mudé con mi familia a un pueblecito de la
costa sur de Inglaterra, cerca de Londres, con amplias praderas y
colinas llenas de brezo.
Me
matricularon en una academia en la capital, donde perfeccioné mi
inglés hasta dominar la lengua perfectamente. Esto me ayudó mucho a
la hora de escribir canciones, cosa que comencé a hacer seriamente.
Hice muchos amigos, y en las quedadas, siempre me llevaba la guitarra
y tocaba y cantaba.
Lo
que más me gustaba era cantar por las noches, no muy tarde tampoco,
en el campo, a la vez que tocaba mis composiciones con la guitarra.
El
año que cumplía dieciséis, en un programa llamado “The X
Factor”, salieron cinco chicos que me cautivaron totalmente,
convirtiéndose en mis ídolos. Recuerdo a la perfección ese catorce
de marzo del 2010:
Ese
día llovía, y yo estaba sola en nuestra casa, cercana a Dover,
tumbada en el sofá. Como no tenía nada que hacer, decidí encender
la televisión. Estaban poniendo “The X Factor”, y volví a
sentir esas ganas de estar yo allí, y demostrar al mundo mis
intenciones. Por eso nunca lo veía, porque me hacía pensar que yo
podría haber estado allí, cumpliendo mi sueño de ser cantante.
Estaba a punto de quitarlo, cuando lo vi. Era un chico de pelo rizado
y preciosos ojos verdes. Cuando sonreía, en su mejilla se marcaba un
adorable hoyuelo... Se llamaba Harry, Harry Edward Styles. Tenía
dieciséis años, y una voz que me llegó al corazón. Entonces, al
terminar de cantar, se volvió hacia el frente... y una chispa de
familiaridad se encendió en mi interior. Tenía la sensación de que
lo había visto antes, sabía que lo conocía de algo... Pero no
recordaba de qué...
-Has
tenido suerte de que no te pasara nada-me dice mi manager,
devolviéndome bruscamente a la realidad-. Veréis-dice, volviéndose
hacia mis amigas-vuestra amiga empieza un Tour por Europa en poco más
de una semana.
Noe
se queda con la boca abierta, María tartamudea algo, Meli me mira, y
luego mira a George, estupefacta, y Clara sonríe, anonada pero
orgullosa. Vale, ya está dicho. Me alegro de no tener que
comunicárselo yo, la verdad.
-Y
ahora, tengo que hablar con ella a solas de asuntos importantes.
Meli
y Clara reaccionan y sacan a rastras a las estupefactas María y Noe.
Sonrío, y mi manager toma asiento junto a mi cama. Saca unos papeles
de su maletín y me mira, serio.
Asiento,
lista para escuchar lo que sea.
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